sábado, 31 de diciembre de 2016

31 de diciembre de 2016

31 de diciembre de 2016
Eran las 17 horas del 31 de diciembre de 2016. Estaba en la terraza de Tierracielo, un restaurante en el pueblo mágico de Bernal. Sentado en una mesa redonda, con mi soledad, disfrutando de una cerveza en tarro mientras en el horizonte se avista la Peña, símbolo del pueblo mágico, no hay nadie sentado a mi lado. Un grupo comienza a tocar música en vivo y pienso en él.

Para amarte necesito una razón
Y es difícil creer que no exista una más que este amor.

Me impresiono un poco, había reproducido esa canción de camino al pueblo, acordándome de él, claro. Volteo a las mesas en el lugar, manos comienzan a tomarse, miradas de complicidad a encontrarse, a lo lejos las campanas de la Iglesia se escuchaban, a mi lado sin embargo, en la silla contigua a mí una silueta aparece, un fantasma que me sonríe en su rostro tapizado por una barba de pocos días y unos anteojos de montura gruesa, esos ojos me miran y me sigue sonriendo. La silueta de Miguel aparece junto a mí.

Sobra tanto dentro de este corazón,
Y a pesar de que dicen que los años son sabios
Todavía se siente el dolor.
Porque todo el tiempo que pasé junto a ti
Dejó tejido su hilo dentro de mí.

— Feliz año nuevo Miguel.
Me continuó sonriendo mientras la canción proseguía. Él claramente ahí estaba, su cabeza tal vez se estaba confundiendo con un detalle arquitectónico del parapeto, pero veía su rostro con mi mente e imaginación como lo vi una noche casi dos años antes, cuando fuimos a cenar a un restaurante por el día de los enamorados. Miraba a mi comida mientras de reojo lo veía, no quería perderlo de vista, no quería que se fuera.

Y aprendí a quitarle al tiempo los segundos
Tú me hiciste ver el cielo más profundo.
Junto a ti creo que aumenté más de tres kilos
Con tus tantos dulces besos repartidos.

Él sabía que esa canción era suya, de mí para él, yo lo continuaba observando, le sonreía, me sonreía y en el fondo mi subconsciente me decía que no estaba aquí, sino a miles de kilómetros lejos de mi, a siete horas de diferencia, él celebrando el año nuevo sin acordarse siquiera de mí. Pero no me importó, para mi mente e imaginación, él estaba aquí conmigo, no quería borrar su imagen de mi mente. Poco me importaba que me vieran sonriéndole al horizonte, menos que las primeras lágrimas salieran de mis ojos. A veces agradecía tanto ser invisible, seguramente nadie me estaba notando.

Desarrollaste mi sentido del olfato
Y fue por ti que aprendí a querer los gatos.
Despegaste del cemento mis zapatos
Para escapar los dos volando un rato.

La música continuaba, no podía parar de mirarlo y seguir sonriendo, él se comenzaba a mover al ritmo de la lenta tonada que el grupo ejecutaba, pero mi sonrisa poco a poco se borraba, muecas y pucheros se veían en mi rostro que a pesar de mi invisibilidad quería ocultar, volteaba hacia dónde no me vieran, pero a la vez seguía viendo ese fantasma que me acompañaba, el fantasma que yo quería que se quedara. Deseaba que en verdad estuviera sentado ahí conmigo, celebrando el último día del año, como dos años atrás, pero ahora ahí, en ese pueblo lejos de todo lo que nos pertenece, salvo el uno al otro.

Pero olvidaste una final instrucción
Porque aún no sé cómo vivir sin tu amor.

Le sonreí pícaramente después de haber bajado la mirada de mi platillo, el sin vergüenza también sonreía burlonamente. Eran esa clase de miradas que lo decían todo sin decir nada. No teníamos por qué hablar para conocernos, ahí estábamos. Estiré la mano para alcanzar la suya pero la de él siguió ahí, recargada sobre el brazo del asiento, mirando la mía sin saber qué hacer, al parecer. Regresé la mía a su lugar y continué engullendo mientras lo continuaba viendo, no quería que se escapara.

Y descubrí lo que significa una rosa
Me enseñaste a decir mentiras piadosas
Para poder verte a horas no adecuadas
Y a reemplazar palabras por miradas.

—Gracias, Miguel. Por todo.
Continuó callado. Volteó hacia la calle, hacia la Peña y me regresó la mirada. Entendí que ya debía irse, que ya pronto se marcharía. Intenté alcanzarle la mano nuevamente y esta vez imaginé tomarla en el lugar que él la tenía. Lo miré a los ojos y le dije con la mirada todo aquello que debió ser dicho y repetido todo el tiempo. Le dije que lo amaba, que lo extrañaba, que no quería que se fuera, que se quedara conmigo. Su mirada en cambio no me dio una respuesta clara, frunció su boca al sonreír como siempre lo hacía y con esos ojos interpreté levemente que aún sentía algo por mí. Pero inmediatamente después dejó de sonreír.

Y fue por ti que escribí más de cien canciones
Y hasta perdoné tus equivocaciones
Y conocí más de mil formas de besar
Y fue por ti que descubrí lo que es amar.

Lo miré con un poco de reproche, con pesadumbre. Seguía ahí y me miró extraño, un poco preocupado.
—¿Por qué te fuiste?
No me respondió, bajó su mirada. No me había enseñado a vivir sin él, y ahora ahí estaba, en la terraza de un restaurante, sólo, llorando, extrañando. Me devolvió la mirada, triste, la que no me gustaba verle, levantó el rostro y me di cuenta tras ver sus ojos nuevamente que fui yo el que se fue. El que en un momento de falta de cordura, me quise olvidar de él.
Después de eso, desapareció. Yo me quedé con la única posesión valiosa que me dejó: su recuerdo.

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