jueves, 1 de diciembre de 2016

Una frase, una historia

Licencia para conducir

Mario Castañeda estaba en la fila de la consultoría para obtener por fin su licencia para conducir, toda su vida estaba en oposición a ese trámite ya que nunca le había gustado manejar un vehículo. Era de ese tipo de personas que preferían sobre toda las cosas trasladarse por medio del transporte público, al que consideraba eficiente pero al cual le hacía falta difusión sobre su uso, era cierto que a la ciudad en la que vivía le hacía falta infraestructura para que el transporte pudiese desarrollarse de una mejor manera pero a él toda su vida este le funcionaba; sus traslados cotidianos de su hogar a su lugar de trabajo y los fines de semana al centro para pasear con su familia o al mercado de abastos para conseguir la despensa y los víveres de la semana eran a través de este medio. No tenía queja alguna, en los trayectos podía ir leyendo (le encantaba ello) y escuchar música mientras lo hacía. Era cierto que los traslados se prolongaban a veces debido al tráfico y lo lento de las rutas urbanas pero por qué ello habría de ser una desventaja cuando en ese tiempo había cosas por hacer, y era evidente que al llegar a casa poco tiempo podía dedicarse a sí mismo. Él era agente de ventas y recientemente lo habían ascendido a una gerencia corporativa, su minucioso trabajo por fin había sido tomado en cuenta y su jefe una semana antes lo había abordado para darle la noticia. Eso lo llenó de felicidad y no podía esperar a darle la noticia a su esposa que seguramente también recibiría con júbilo la noticia. El ascenso implicaba necesariamente la obtención de un vehículo para transportarse, y aquello no emocionó mucho a Mario. El anterior gerente de esa área había sido despedido debido a actividades ilícitas que se rumoreaba estaba realizando desde hacía unos meses en la empresa, sin que nadie se percatara. Ahora, con su puesto, debía demostrar que tenía las capacidades para desarrollarse en esa área y para ello necesitaba un trato directo con los agentes corporativos de los clientes para obtener más licitaciones a nuevos proyectos. El coche era un requisito debido a la imagen que manejaba la compañía. Debido a ello, había solicitado ese día para liberar el trámite de la licencia de manejo, la semana anterior estuvo practicando la técnica de la conducción ya que hacía años, cuando había decidido que ello no era lo suyo, que no estaba tras el volante. Tras algunas horas de práctica al salir del trabajo se dijo listo para enfrentarse a la prueba. Lo que le preocupaba realmente era la parte práctica (que algunos dijeron podía llegar a obviarse por razones de la edad, percepción del agente de tránsito o bien, el humor del mismo) ya que la prueba teórica, que esa sí era un requisito, sería pan comido. Nunca había tenido problemas desde la escuela con los exámenes y en su vida cotidiana y laboral menos con lo que le competía ya que poseía una grandiosa habilidad para la captación de aprendizaje y una muy buena

Memoria fotográfica

Patricia Mercado, 35 años, cuerpo escultural, venezolana de nacimiento, ahora mexicana de nacionalidad, había llegado a la ciudad de Puebla gracias a una etapa de su vida en la que disfrutó mucho de los viajes de “mochilazo”. Su paseo por toda Latinoamérica la dotó de una gran habilidad para la supervivencia en cualquier ambiente y clima que se le presentara, pasó frío, pobreza, nostalgia por el hogar, hambre y hasta miedo a la incertidumbre y delincuencia. Al llegar a México no esperaba encontrar una forma de vida un tanto diferente a su natal Caracas, el estilo de vida era muy parecido, pero algo en las ciudades del centro le hizo darse cuenta que estaba en un lugar al que podía llamar su hogar. Patricia tenía una característica muy distintiva y le había ayudado a sobresalir y sobrevivir en su travesía: contaba con un don, su mente trabajaba de una manera que le hacía recordar muchos datos que probablemente el promedio de las personas omitiría o pronto olvidaría, tenía una excelente memoria. Patsy, como le gustaba le llamaran, tenía memoria fotográfica. Tener ello era una virtud ya que era imposible que olvidara dónde dejó las llaves ese día, detalles como el cumpleaños de un familiar o el aniversario de bodas de los padres de su madre. Hubo una temporada en la que esta virtud se convirtió en su desgracia, ya que sufrió de un engaño por parte de su parejas, con el cual tenía una relación muy longeva, y para ella era muy difícil desapegarse de él, todo lo recordaba, su cumpleaños, la fecha de su primer beso (qué canción sonaba en el bar cuando sucedió y hasta qué vestimenta usaba la cantante), cuando él accidentalmente rompió todos los huevos (y hasta recordaba la frutería en la que los compró debido a que venía impreso en el cascarón), lo que leía –y en qué página se encontraba- en la cama a punto de dormir mientras ella intentaba distraerlo para tener intimidad, recordaba de ello el día y la hora. Era exasperante, todo lo que quería era olvidarlo, para superar esa relación necesitaba filtrar toda esa información y eliminarla, olvidarla, pero le era imposible. Fue en ese entonces que decidió tomar clases de yoga, meditación y fue ahí donde conoció a Sarita Fernández, aventurera por excelencia, quien le recomendó realizar una travesía a través de los países sin plan alguno, sin llevar consigo un peso considerable, más grande que una mochila apta para cargar un saco de dormir y pocas pertenencias, con todos los ahorros de su vida y con ninguna carga o pena detrás. La idea le atrajo y no pudo evitar pensar en la idea. Tras unas semanas lo logró, dejó todo atrás, atravesó Colombia, Costa Rica, Honduras, Guatemala, hasta que llegó a la ciudad de México, donde conoció a Santiago, chihuahuense, a quien conoció en una situación parecida a la suya, con quien ahora estaba formando una familia luego de meses de vida nómada, y a quien consideraba ya

El amor de su vida

Gustavo estaba en el mejor momento de su vida, Manuel su pareja de cinco años le había pedido matrimonio ese mismo día. La dinámica fue la siguiente: por la mañana despertó y encontró un sobre, dentro del cual tenía instrucciones precisas y exactas para obtener un premio. El sobre contenía las reglas del juego, tenía un tiempo límite para realizar la tarea, antes del atardecer debía reunir las piezas para obtener el premio. Manuel era muy dado a ese tipo de actividades didácticas y recreativas, le gustaban las búsquedas del tesoro, cuando le pidió ser su novio y cuando se cumplió un mes que comenzaron a vivir juntos hizo lo mismo, en aquéllas ocasiones fue un oso gigante de peluche y un tocadiscos antiquísimo (cosa que le fascinaba a Gustavo) respectivamente, los regalos obtenidos. Pues bien, la dinámica parecía ser la misma, algo entre manos se traía Manuel para ese día y Gustavo estaba emocionadísimo con lo que podría ser el resultado, no lo vio al despertar, pero eso era normal, Manuel trabajaba los sábados mientras Gustavo descansaba. Al levantarse y bañarse rápidamente acudió al primer paso, que indicaba acudir a una dirección de una casa al parecer, un poco al norte de donde ambos vivían. Resultó ser la casa de una amiga de Manuel, que le entregó una botella de vino blanco Chardonnay, el favorito de Gustavo. Ella le entregó una segunda instrucción, acudir a otra dirección que resultó ser una peluquería, el estilista ya tenía la orden de realizarle un corte a su pelo y un arreglo minucioso a su barba; él a su vez le entregó un recado dejado por Manuel, el cual lo llevó a una nueva dirección, una tienda de ropa. Quince minutos estuvo vagando en la tienda ya que a instrucción no decía qué hacer exactamente ahí, hasta que se apareció un amigo más de Manuel, con un ticket de compra y con la orden de probarse un traje para posteriormente comprarlo con la tarjeta de regalo que Manuel le había dejado a su amigo. Gustavo se probó el traje y le quedó a la perfección, era muy elegante y del color preferido de Gustavo para ese tipo de vestimenta, algo que Manuel conocía muy bien. El amigo de Manuel le dio una instrucción más, en la nueva dirección otro amigo más de Manuel lo esperaba, era una tienda de cosas del hogar, solo que ya no tuvo que entrar, el amigo le entregó una cesta y un mensaje, le comentó que por el momento era conveniente solamente abrir el mensaje. El mismo decía:
Estás a tiempo, lleva contigo todo lo que conseguiste a la dirección que viene detrás de esto a las 19 horas. Ahí te estaré esperando.
Según su cálculo todavía tendría oportunidad de ir a su departamento, bañarse y cambiarse con la ropa que le había sido regalada y todavía ir con calma al lugar acordado, a unos cuarenta minutos de su hogar. Rápidamente se bañó, se vistió y al llegar se encontró con un escenario de ensueño, la propuesta de matrimonio junto con todas sus amistades y disfrutando de un picnic arriba de un

Globo aerostático

Hakime era una chica especial. Ella sabía contar en números primos y multiplicar cantidades de tres y cuatro cifras. Era muy buena para las matemáticas. También tenía una buena destreza para devorar libros en un período corto para alguien tratándose de su edad. Una excelente capacidad de retención de aprendizaje que la hacía contar con una buena memoria. Pero tenía un problema: Hakime era autista. Con 9 años de edad y un expediente académico excepcional gozaba de toda la atención de sus padres, siendo hija única, pero no era precisamente por todas las atenciones que requería una niña con tal talento, a Hakime incluso le gustaba mucho la soledad, era porque frecuentemente la sobre carga de información en su cerebro (aún no explicaba qué era lo que ocasionaba ello) hacía que constantemente sufriera desmayos. Estuviera en la condición o actividad que estuviera, era ya “normal” para sus padres de pronto verla desplomada en el suelo a causa de lo que creían que se debía a la sobre carga mental a la que se enfrentaba su hija, por lo que debían tomar las precauciones debidas para que rápidamente fuera su hija atendida. Sólo era cuestión de dejar libre el área, que tuviera ventilación suficiente y tras unos pocos minutos su conciencia volvía. No perdía más que el conocimiento, al desmayarse ella respiraba y su corazón latía normalmente, pero sí debían ser muy cautelosos que cuando cayera no hubiese tenido algún golpe demasiado fuerte. Por esa misma razón ella tenía que ser educada desde su hogar, sus pruebas y certificaciones los hacía un especialista en educación prematura, debido a los altos rendimientos que Hakime tenía en cuestión de conocimiento y aprendizaje. Eso ayudaba mucho a su personalidad introvertida, ella raramente socializaba con niños de la vecindad o fuera de su hogar. A pesar de que ella gustaba mucho de salir al parque, volar una cometa o jugar en la resbaladilla, era muy raro cuando ella lograba interactuar con alguien de su edad, sobre todo porque la mayoría de los niños le temían por su condición, sus padres les recomendaban no socializar con ella debido a sus ataques. Eso no le importaba mucho a Hakime. Lo que ella prefería sobre todas las cosas era encerrarse en su habitación, leer un libro nuevo, devorarlo y mientras tanto escuchar música nueva, actividad que le inculcaron sus padres, provenientes de lejanos países (su madre libanesa, su padre sudafricano). Pero más que los libros, su pasión eran los globos aerostáticos, su cuarto estaba tapizado de ellos, de todos los colores y formas. Había aprendido todo sobre ellos, cómo funcionaban, cómo se realizaban, de qué materiales estaban hechos y quién fue el que los creó. Tenía varias escalas de ellos en su habitación, producto de ella misma. Cada que podían, sus padres la llevaban a eventos de ese ámbito. En los cuales ella se llenaba de una energía incomparable. Su felicidad era infinita. Ya había volado en uno de ellos anteriormente y ese había sido


El mejor día de su vida

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