Licencia para conducir
Mario Castañeda estaba en la fila
de la consultoría para obtener por fin su licencia para conducir, toda su vida
estaba en oposición a ese trámite ya que nunca le había gustado manejar un
vehículo. Era de ese tipo de personas que preferían sobre toda las cosas
trasladarse por medio del transporte público, al que consideraba eficiente pero
al cual le hacía falta difusión sobre su uso, era cierto que a la ciudad en la
que vivía le hacía falta infraestructura para que el transporte pudiese
desarrollarse de una mejor manera pero a él toda su vida este le funcionaba;
sus traslados cotidianos de su hogar a su lugar de trabajo y los fines de
semana al centro para pasear con su familia o al mercado de abastos para
conseguir la despensa y los víveres de la semana eran a través de este medio.
No tenía queja alguna, en los trayectos podía ir leyendo (le encantaba ello) y
escuchar música mientras lo hacía. Era cierto que los traslados se prolongaban
a veces debido al tráfico y lo lento de las rutas urbanas pero por qué ello
habría de ser una desventaja cuando en ese tiempo había cosas por hacer, y era
evidente que al llegar a casa poco tiempo podía dedicarse a sí mismo. Él era
agente de ventas y recientemente lo habían ascendido a una gerencia corporativa,
su minucioso trabajo por fin había sido tomado en cuenta y su jefe una semana
antes lo había abordado para darle la noticia. Eso lo llenó de felicidad y no
podía esperar a darle la noticia a su esposa que seguramente también recibiría
con júbilo la noticia. El ascenso implicaba necesariamente la obtención de un
vehículo para transportarse, y aquello no emocionó mucho a Mario. El anterior
gerente de esa área había sido despedido debido a actividades ilícitas que se
rumoreaba estaba realizando desde hacía unos meses en la empresa, sin que nadie
se percatara. Ahora, con su puesto, debía demostrar que tenía las capacidades
para desarrollarse en esa área y para ello necesitaba un trato directo con los
agentes corporativos de los clientes para obtener más licitaciones a nuevos
proyectos. El coche era un requisito debido a la imagen que manejaba la
compañía. Debido a ello, había solicitado ese día para liberar el trámite de la
licencia de manejo, la semana anterior estuvo practicando la técnica de la conducción
ya que hacía años, cuando había decidido que ello no era lo suyo, que no estaba
tras el volante. Tras algunas horas de práctica al salir del trabajo se dijo
listo para enfrentarse a la prueba. Lo que le preocupaba realmente era la parte
práctica (que algunos dijeron podía llegar a obviarse por razones de la edad,
percepción del agente de tránsito o bien, el humor del mismo) ya que la prueba
teórica, que esa sí era un requisito, sería pan comido. Nunca había tenido
problemas desde la escuela con los exámenes y en su vida cotidiana y laboral
menos con lo que le competía ya que poseía una grandiosa habilidad para la
captación de aprendizaje y una muy buena
Memoria fotográfica
Patricia Mercado, 35 años, cuerpo
escultural, venezolana de nacimiento, ahora mexicana de nacionalidad, había
llegado a la ciudad de Puebla gracias a una etapa de su vida en la que disfrutó
mucho de los viajes de “mochilazo”. Su paseo por toda Latinoamérica la dotó de
una gran habilidad para la supervivencia en cualquier ambiente y clima que se
le presentara, pasó frío, pobreza, nostalgia por el hogar, hambre y hasta miedo
a la incertidumbre y delincuencia. Al llegar a México no esperaba encontrar una
forma de vida un tanto diferente a su natal Caracas, el estilo de vida era muy
parecido, pero algo en las ciudades del centro le hizo darse cuenta que estaba
en un lugar al que podía llamar su hogar. Patricia tenía una característica muy
distintiva y le había ayudado a sobresalir y sobrevivir en su travesía: contaba
con un don, su mente trabajaba de una manera que le hacía recordar muchos datos
que probablemente el promedio de las personas omitiría o pronto olvidaría,
tenía una excelente memoria. Patsy, como le gustaba le llamaran, tenía memoria
fotográfica. Tener ello era una virtud ya que era imposible que olvidara dónde
dejó las llaves ese día, detalles como el cumpleaños de un familiar o el
aniversario de bodas de los padres de su madre. Hubo una temporada en la que
esta virtud se convirtió en su desgracia, ya que sufrió de un engaño por parte
de su parejas, con el cual tenía una relación muy longeva, y para ella era muy
difícil desapegarse de él, todo lo recordaba, su cumpleaños, la fecha de su
primer beso (qué canción sonaba en el bar cuando sucedió y hasta qué vestimenta
usaba la cantante), cuando él accidentalmente rompió todos los huevos (y hasta
recordaba la frutería en la que los compró debido a que venía impreso en el
cascarón), lo que leía –y en qué página se encontraba- en la cama a punto de
dormir mientras ella intentaba distraerlo para tener intimidad, recordaba de
ello el día y la hora. Era exasperante, todo lo que quería era olvidarlo, para
superar esa relación necesitaba filtrar toda esa información y eliminarla,
olvidarla, pero le era imposible. Fue en ese entonces que decidió tomar clases
de yoga, meditación y fue ahí donde conoció a Sarita Fernández, aventurera por
excelencia, quien le recomendó realizar una travesía a través de los países sin
plan alguno, sin llevar consigo un peso considerable, más grande que una
mochila apta para cargar un saco de dormir y pocas pertenencias, con todos los
ahorros de su vida y con ninguna carga o pena detrás. La idea le atrajo y no
pudo evitar pensar en la idea. Tras unas semanas lo logró, dejó todo atrás, atravesó
Colombia, Costa Rica, Honduras, Guatemala, hasta que llegó a la ciudad de
México, donde conoció a Santiago, chihuahuense, a quien conoció en una
situación parecida a la suya, con quien ahora estaba formando una familia luego
de meses de vida nómada, y a quien consideraba ya
El amor de su vida
Gustavo estaba en el mejor momento
de su vida, Manuel su pareja de cinco años le había pedido matrimonio ese mismo
día. La dinámica fue la siguiente: por la mañana despertó y encontró un sobre,
dentro del cual tenía instrucciones precisas y exactas para obtener un premio.
El sobre contenía las reglas del juego, tenía un tiempo límite para realizar la
tarea, antes del atardecer debía reunir las piezas para obtener el premio.
Manuel era muy dado a ese tipo de actividades didácticas y recreativas, le
gustaban las búsquedas del tesoro, cuando le pidió ser su novio y cuando se
cumplió un mes que comenzaron a vivir juntos hizo lo mismo, en aquéllas
ocasiones fue un oso gigante de peluche y un tocadiscos antiquísimo (cosa que
le fascinaba a Gustavo) respectivamente, los regalos obtenidos. Pues bien, la
dinámica parecía ser la misma, algo entre manos se traía Manuel para ese día y
Gustavo estaba emocionadísimo con lo que podría ser el resultado, no lo vio al
despertar, pero eso era normal, Manuel trabajaba los sábados mientras Gustavo
descansaba. Al levantarse y bañarse rápidamente acudió al primer paso, que
indicaba acudir a una dirección de una casa al parecer, un poco al norte de
donde ambos vivían. Resultó ser la casa de una amiga de Manuel, que le entregó
una botella de vino blanco Chardonnay, el favorito de Gustavo. Ella le entregó
una segunda instrucción, acudir a otra dirección que resultó ser una
peluquería, el estilista ya tenía la orden de realizarle un corte a su pelo y
un arreglo minucioso a su barba; él a su vez le entregó un recado dejado por
Manuel, el cual lo llevó a una nueva dirección, una tienda de ropa. Quince
minutos estuvo vagando en la tienda ya que a instrucción no decía qué hacer
exactamente ahí, hasta que se apareció un amigo más de Manuel, con un ticket de
compra y con la orden de probarse un traje para posteriormente comprarlo con la
tarjeta de regalo que Manuel le había dejado a su amigo. Gustavo se probó el
traje y le quedó a la perfección, era muy elegante y del color preferido de
Gustavo para ese tipo de vestimenta, algo que Manuel conocía muy bien. El amigo
de Manuel le dio una instrucción más, en la nueva dirección otro amigo más de
Manuel lo esperaba, era una tienda de cosas del hogar, solo que ya no tuvo que
entrar, el amigo le entregó una cesta y un mensaje, le comentó que por el
momento era conveniente solamente abrir el mensaje. El mismo decía:
Estás
a tiempo, lleva contigo todo lo que conseguiste a la dirección que viene detrás
de esto a las 19 horas. Ahí te estaré esperando.
Según su cálculo todavía tendría
oportunidad de ir a su departamento, bañarse y cambiarse con la ropa que le
había sido regalada y todavía ir con calma al lugar acordado, a unos cuarenta
minutos de su hogar. Rápidamente se bañó, se vistió y al llegar se encontró con
un escenario de ensueño, la propuesta de matrimonio junto con todas sus
amistades y disfrutando de un picnic arriba de un
Globo aerostático
Hakime era una chica especial. Ella
sabía contar en números primos y multiplicar cantidades de tres y cuatro
cifras. Era muy buena para las matemáticas. También tenía una buena destreza
para devorar libros en un período corto para alguien tratándose de su edad. Una
excelente capacidad de retención de aprendizaje que la hacía contar con una
buena memoria. Pero tenía un problema: Hakime era autista. Con 9 años de edad y
un expediente académico excepcional gozaba de toda la atención de sus padres,
siendo hija única, pero no era precisamente por todas las atenciones que
requería una niña con tal talento, a Hakime incluso le gustaba mucho la
soledad, era porque frecuentemente la sobre carga de información en su cerebro
(aún no explicaba qué era lo que ocasionaba ello) hacía que constantemente
sufriera desmayos. Estuviera en la condición o actividad que estuviera, era ya
“normal” para sus padres de pronto verla desplomada en el suelo a causa de lo
que creían que se debía a la sobre carga mental a la que se enfrentaba su hija,
por lo que debían tomar las precauciones debidas para que rápidamente fuera su
hija atendida. Sólo era cuestión de dejar libre el área, que tuviera
ventilación suficiente y tras unos pocos minutos su conciencia volvía. No
perdía más que el conocimiento, al desmayarse ella respiraba y su corazón latía
normalmente, pero sí debían ser muy cautelosos que cuando cayera no hubiese
tenido algún golpe demasiado fuerte. Por esa misma razón ella tenía que ser
educada desde su hogar, sus pruebas y certificaciones los hacía un especialista
en educación prematura, debido a los altos rendimientos que Hakime tenía en
cuestión de conocimiento y aprendizaje. Eso ayudaba mucho a su personalidad
introvertida, ella raramente socializaba con niños de la vecindad o fuera de su
hogar. A pesar de que ella gustaba mucho de salir al parque, volar una cometa o
jugar en la resbaladilla, era muy raro cuando ella lograba interactuar con
alguien de su edad, sobre todo porque la mayoría de los niños le temían por su
condición, sus padres les recomendaban no socializar con ella debido a sus
ataques. Eso no le importaba mucho a Hakime. Lo que ella prefería sobre todas
las cosas era encerrarse en su habitación, leer un libro nuevo, devorarlo y
mientras tanto escuchar música nueva, actividad que le inculcaron sus padres,
provenientes de lejanos países (su madre libanesa, su padre sudafricano). Pero
más que los libros, su pasión eran los globos aerostáticos, su cuarto estaba
tapizado de ellos, de todos los colores y formas. Había aprendido todo sobre
ellos, cómo funcionaban, cómo se realizaban, de qué materiales estaban hechos y
quién fue el que los creó. Tenía varias escalas de ellos en su habitación,
producto de ella misma. Cada que podían, sus padres la llevaban a eventos de
ese ámbito. En los cuales ella se llenaba de una energía incomparable. Su
felicidad era infinita. Ya había volado en uno de ellos anteriormente y ese
había sido
El mejor día de su vida
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