01 de diciembre de 2016
No tendría por qué tener tanto en
la mente a Gustavo, sin embargo, anoche lo soñé.
En el sueño estaba yo en la
ciudad de México, ciudad clave ahora en nuestra vida, ciudad a la que hemos ido
por separado pero nunca juntos, ciudad en la que está la persona que ocupa mi
lugar en su vida, misma en la que se encuentra la persona que está interesada
en mí y que es amigo íntimo de esa persona que ocupa mi lugar. Yo estaba de
viaje con una amiga, tal vez aludiendo a la próxima visita que haré con Carlos,
por el momento no recuerdo quién era, pero todo indicaba que era Alicia la que
estaba conmigo. De alguna forma yo tenía la impresión de haberlo visto
anteriormente, parecía que los dos estábamos en la ciudad al mismo tiempo y
tuve la sensación de haberle tenido miedo a acercarme a él cuando lo llegué a
ver. Estábamos en un pasillo parecido a un cine, podría haberse tratado de una
visita a la cineteca, algo que planeamos hacer en la ciudad Carlos y yo. Estábamos
platicando Alicia y yo en el oscuro pasillo cuando de pronto se abrió la puerta
doble a mi derecha y Gustavo entró. Mis sospechas se habían confirmado: Gustavo
me había estado siguiendo. No sabía cómo, pensé en mi sueño, había logrado dar
conmigo, cómo supo que estaba en la ciudad y que me encontraba a punto de
entrar a esa función. Lo vi, iba con su característico peinado, una playera
blanca y un suéter gris, un aire de prisa impropio de él, pero a la vez
extrañamente feliz. Iba solo. Al verme sonrió aún más, la sombra del orgullo la
pude percibir pero al hablarme lo hizo con mucho entusiasmo y efusividad, había
recuperado la energía que le quité. “Hola”, me dijo con mucho ánimo, me saludó
cuando pensé que no lo haría, me dejó sorprendido, pasó un poco de largo
después de haberme saludado pero lo detuve. Le sostuve el brazo con mi mano y
no lo dejé avanzar, lo regresé hacia mí y le dije “¿no me saludas bien?” y le
di un abrazo. Sentí mucha nostalgia haberlo hecho, olí su perfume aún en mi
sueño, recordé todas aquéllas veces en que su cabeza estaba a la altura de la
mía, reposada en mi hombro. Mientras lo abrazaba miraba hacia Alicia mientras
paulatinamente sentí espasmos sobre mi hombro, lo escuché llorar. Yo también
quería hacerlo pero no podía, sólo podía quedarme viendo a Alicia. Fue un lapso
muy largo en el que estuvimos abrazados, no quería soltarlo, que se quedara
conmigo, ahí, pero nos separamos. Intenté no hablar sobre su estado y acudimos
a la sala. Pero ya no había una sala, al parecer estábamos en una fila para
subir un nuevo juego mecánico en el que se veía la ciudad de forma panorámica. El
tipo de juego que a él no le gustaban, pero me estaba siguiendo, me lo
confirmó. En el juego, se sentó conmigo, yo lo protegía del vértigo del juego,
miraba mientras la ciudad de México como nunca antes me había tocado ver. Casi
al acabar el juego desperté. Gustavo ya no estaba, hace meses ya que no dormimos
juntos en una cama. Y esta noche lo extrañé más que nunca. Mis errores lo
alejaron, nunca fueron evidentes, pero él sentía que yo estaba enamorado de
alguien más. Sin embargo, y tal vez sea algo que si le digo cuando nos veamos
nuevamente no me crea, yo sí lo amé. Lo amé de una forma como nunca amé a
Miguel. Él me amaba incondicionalmente y yo trataba de serle recíproco porque
con él tenía todo lo que yo quería con Miguel. Las diferencias no eran sino
un área de oportunidad en la que ambos algún día podíamos llegar a
complementarnos más de lo que ya estábamos. Gustavo me entregó mucho de él, y
le agradezco demasiado. Yo entregué mucho de mí, y es algo que él tal vez no
quiera reconocer. Se fue, sin aviso, no lo tenía yo previsto, no me dijo por
qué pero en el fondo lo supe y lo sé. No quería sufrir conmigo. No valía la
pena para ello. Todavía podíamos intentarlo, pero ya lo había hecho sufrir lo
suficiente. Tal vez lo esté pensando mucho últimamente como parte de la culpa
que cargaré por haberme engañado a mí mismo y llevarme entre las patas a
Gustavo, por ese error que cometí al haber dejado que él se enamorara de mí
cuando yo no estaba del todo listo para dejar en libertad a Miguel de mi
corazón y mente. Sólo espero que si un día nos volvemos a ver, pueda ser en
buenos términos, podamos platicar y poder yo decirle con toda sinceridad: “perdón”.
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