29 de noviembre de 2016
Soy una persona que vive un poco
en el pasado. Más que vivir de él, aprendo de él.
Hoy leí la última conversación
que tuve con Miguel en abril. Soy una persona horrible, definiéndome en una
sola frase. No puedo concebir cómo después de haber escrito como hice, de
haberlo tratado como lo hice, me haya perdonado. Lo juzgué de una manera que no
debí, nuevamente exterioricé lo que en mi mente se fabricaba de una forma poco
civilizada, pero sí muy resentida, dolida y acusadora. Todo porque no estaba
obteniendo lo que yo quería. Le recriminé haberse relacionado de esa manera con
ese asiático, cuando yo quería que me esperara en el fondo. Le pedí perdón
cuando volvimos a hablar hace poco más de un mes, pero no sabía el grado de mis
crímenes. Me acusé en ese entonces a mí mismo de querer un pedacito de su
sufrimiento al verme en una relación, que probara mi dolor cuando yo estuve en
su posición. Esa revelación no me dejó en una buena posición, ni ante él ni
ante yo mismo. Si estás leyendo esto: perdón. Ocasionalmente me encuentro con
una fotografía que me envió, un día que no soporté más y le pedí me comprobara
la relación que llevaba con Francisco a través de mensajes; sí, después de él
haberse ido, sí, después de yo tener ya en mi vida a Gustavo. En mi posición
todavía actuaba de esa manera. Me mandó una foto que cuando la veo me deja ver
la sombra del monstruo que soy. En esa última conversación le dije que yo no
era un monstruo, que le enviaba su regalo de cumpleaños por la estima el
amor que aún le guardaba. Su mirada triste, su cara alargada, sus ojos más
negros que la noche pero con un brillo de decepción, desamor y dolor. Nada más
verla me dan ganas de llorar por lo que hice.
En estos momentos no recuerdo que
sentimientos tenía en esa ocasión en que yo estaba en la ciudad de México un
día después de su cumpleaños, cuando me mandó mensajes sobre lo agradecido de
haberle hecho llegar yo su regalo, pero si estuve enamorado (lo estaba) no lo
dejé ver. Mi resentimiento era el que relucía. Un desprecio vil del que raras
veces soy dueño era el que le hablaba a la persona que el día de hoy amo con
mucha intensidad. A la persona que me está bloqueando con justa razón por estos
eventos del pasado. Un pasado que no he querido superar. En el fondo yo quería
que supiera de mi desesperación, se compadeciera del dolor que él mismo me hizo
sufrir, la incertidumbre, el engaño. Miguel no era ningún juez, justiciero de
lo bueno y lo malo. Él tenía su propia forma de ver la vida y sus principios
entre lo cual estaba su concepción de lo bueno y lo malo, y fui yo el que no
supe complementar a ella. Leyendo mi resentimiento disfrazado de desprecio me
horroricé por atreverme siquiera a pedirle hablar conmigo hace un mes ya. Creo
que el bloqueo es en parte para evitar esa parte mía que yo sé y el sabe no he
superado del todo. En cualquier momento, lo reconozco, me gustaría tanto
explotar ante él, seguir descargando mi resentimiento que difícilmente voy a
superar. Ayer mismo, hablando con él, sentí la sombra del recelo próxima a
salir; todo porque hice un comentario acerca de la cama donde duerme – duerme
en el suelo-, su comentario fue que se sentía cómodo con ello, que no le veía
problema; la sangre comenzó a hervirme porque si me trasladara a un (lejano)
pasado donde me daba su argumento del porqué no dormía en la habitación de al
lado en casa de Francisco, en una cama en la cual me decía era dura, era
difícil no sentirse de esa manera, resentido, con ganas de echar la bronca y
sacar a relucir recelos del pasado. Él me lo dijo una vez: “tú eres insaciable”
y tal vez nuestra unión no remedie todas estas faltas, tal vez nunca me sacie
de su ser. Es normal que se piense que una relación no será siempre exenta de
problemas, pero si estuviera en los zapatos de Miguel, es concebible que ponga
una barrera en una persona que está expuesta a sacar problemas, resentimientos
y hechos del pasado, es aceptable, tratándose de una persona como Miguel Abreu.
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