lunes, 16 de enero de 2017

16 de enero de 2017

16 de enero de 2017

Recuerdo cómo tiempo atrás tuve una sensación parecida a la del día de hoy, harán casi seis o siete años, yo aún me encontraba estudiando y a la par estaba realizando mis prácticas profesionales en una constructora familiar, mi puesto era un leve inicio a la administración de obra, me dedicaba a generar cuantificaciones y croquis de avance de pequeños proyectos que la constructora tenía en su labor. Todas las mañanas entraba a trabajar a las nueve y media de la mañana, mi horario escolar era por las tardes, por lo que me permitía trabajar por las mañanas, conseguí ese puesto de becario tras algunas semanas después de haber tenido la iniciativa de aprender más en campo. La constructora en cuestión se encontraba en la colonia Vista hermosa en Monterrey, una colonia que marcó mi aprendizaje laboral por dos años. Meses después de tener la oportunidad de trabajar y sabiendo que en la colonia estaba habitada en su mayoría por pequeñas compañías y familias antiguas, comencé a poner especial atención a una señora mayor que todas las mañanas en mi camino hacia la oficina veía barrer afuera de su casa. La observaba cada día antes de llegar a la oficina sin falta, y el día que no llegaba verla me desilusionaba un poco, nunca le hablaba pero me gustaba verla y siempre esperaba tener el valor de decirle “buenos días”. Me encantaba la señora, tenía un aura de tranquilidad y verla barrer me llenaba de una alegría inexplicable, la imaginaba barriendo dentro de su casa, mojando el piso, regando las plantas mientras un bolero se escuchaba desde dentro. Algo en ella hacia que memorara uno de los mejores recuerdos de mi infancia al vivir con mi tía abuela, mi segunda mamá, la sensación de un domingo por la mañana, con las cortinas corridas y una iluminación provocada por el deslumbrante y cálido sol del amanecer, los espacios plenamente llenos de vida mientras mi mamá Mary limpiaba la casa al escuchar la radio del recuerdo con los mejores boleros del pasado y un dulce olor al desayuno hacía que me llenara de alegría al despertar. Tengo este recuerdo tan grabado en mi mente que esporádicamente, cuando voy a visitar a mi mamá a su casa, lo revivo y una sensación de calor crece dentro de mí de la mano de una alegría y nostalgia especial. Todos los días pasaba por aquélla casa y siempre me quedaba con las ganas de quedarme a platicar con ella, de hablar de su día, del clima, de plantas, de pajaritos, de lo que sea porque extrañamente esa señora me gustaba. Un día, tras verla de lejos barrer, pensé que ese sería el día, le diría “buenos días”. Al acercarme vi que estaba con un señor mayor pero no tanto como ella, debía tratarse de su hijo, como sea, yo iba dispuesto a cumplir mi objetivo, al llegar a la par de su casa, la saludé y le di los buenos días, ella me contestó de igual manera, volteó a verme y sonrió, dejó hacer por un momento lo suyo para responderme. Recuerdo que ese día sentí el mismo calor especial cuando me acuerdo de esa mañana de domingo en casa de mi mamá. Fui feliz. Jamás volví a saludarle, ya no volví a verla porque cambié de trabajo, pero a veces recuerdo ese momento y el sentimiento y con el mero pensamiento me pongo feliz. El día de hoy sucedió algo parecido. En general siento una especie de ternura por cualquier señora mayor de edad, podría decirse que son mi debilidad, sobre todo aquéllas que de alguna manera son o están desamparadas, las que se ven en las esquinas pidiendo limosna, las que andan por la calle esperando alguien que les brinde algo de comer, las que están en la banca del parque sentadas ya sea alimentando a las aves o simplemente viendo el horizonte o platicando, las que cargan a cuestas a sus hijos o nietos en un crucero, las discapacitadas, la señora mayor que atiende en la tienda de la esquina, la mayoría de ellas me recuerdan a mi mamá y a mis abuelas y crean en mi una nostalgia tan grande que me embarga una emoción y mis ojos se comienzan a inundar en lágrimas. Es difícil explicar detalladamente el sentimiento. En donde trabajo he estado observando continuamente a una señora de limpieza, una persona mayor, chaparrita, morenita, un poco arrugada pero a la vista, completa de sus facultades. La señora me recuerda mucho a aquella que por semanas deseaba yo saludar camino al trabajo. Con ella he empezado a tener la sensación de querer saludarla y platicar con ella, de lo que sea, estoy seguro que habrá muchísimas cosas que contarme, la veo y quisiera detenerme a decirle simplemente “hola”; en este caso hay algo curioso, casi siempre me la encuentro camino al área de trabajo y siempre es de frente, cuando ella viene limpiando yo voy de lado contrario y siempre nos vemos de frente, ella en todas esas ocasiones se me queda viendo, como esperando que yo diga algo. El día de hoy la vi de nuevo, estaba limpiando un área y yo me hice un poco a un lado al verla de lejos, no quería ofenderla ensuciando un área que ya había limpiado previamente, nuevamente se quedó mirando conforme ambos avanzábamos, me intimidé un poco tras su mirada y miré hacia otro lado, apenado, durante esa fracción de segundos, al yo voltear a verla de nuevo, noté que me había sonreído, por instinto le devolví la sonrisa pero ya era tarde, ya íbamos a la par y no había notado, tal vez, que yo también le había sonreído. El calor creció en mí, la felicidad, la ternura, la nostalgia me embargaron de nuevo y me recordó esas sensaciones que personas como ella provocan en mí, mis ojos se nublaron mientras seguía caminando, esa sonrisa me cautivó demasiado tanto como aquél “buenos días” que la señora de la Vista hermosa dijo para mí. No volví mi rostro a tras mientras rememoraba aquello pero sí me prometí que la próxima vez que la vea esta vez me detendré a saludarle.

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