jueves, 24 de noviembre de 2016

Doña Gertrudis


Doña Gertrudis era el sapo más arrogante y pedante del bosque.

A la señora Conejo le irritaba. Ambas compartían una misma madriguera y para ella no podía ser peor castigo que tener a alguien como Doña Gertrudis a su lado.

La señora Conejo era limpia y ordenada, su mente era siempre muy bien organizada. Nada se le pasaba. Sus raciones de comida para el frío invierno que se avecinaba estaban ya muy bien guardadas. Su parte de la madriguera era impecable, reluciente y muy colorida. No pasaba por alto una vez a la semana sacar el polvo que inoportunamente se colaba por la entrada. Su recámara tenía unos hermosos y coloridos cuadros de naturaleza y una que otra flor que arrancaba del jardín de su madriguera; su cama siempre tendida y su sala de baño más pulcra que ella misma. La cocina ni se diga, tenía todo para entrar dentro de los récords de limpieza, los cubiertos y vajilla por ordenados por tamaño, por color y por uso. En el refrigerador nada le faltaba pero siempre procuraba tener solamente lo necesario. Porque es cierto, la señora Conejo tenía una manera de ser humilde, ella era amable con todos, a todos les ofrecía favores y de nadie esperaba nada a cambio. Había ganado varios concursos de agricultura y alguno que otro de destrezas. Ella también era muy inteligente y sabía muy bien que había más animales en el bosque y más allá de él como doña Gertrudis, pero no valía la pena enfrentarlas porque los conflictos eran algo que no le gustaba. Sin embargo, doña Gertrudis sí que lograba sacar varias veces de sus casillas.

Doña Gertrudis por su parte, era un sapo muy malo. Nadie en todo el bosque la quería. Era muy presumida, procuraba siempre vestir sus mejores galas y vociferar que todos sus atuendos eran lo último en la moda animal; ella decía ser el sapo más hermoso del bosque, nunca salía sin sus anteojos negros y maquillaje excesivo, su andar era muy exagerado como si fuera lo más deseable de entre todos los animales, su rostro en realidad tenía una expresión horrible de maldad que bajo sus anteojos oscuros se acentuaba más. Ella aludía que nunca escatimaba en nada en su vida, todo podía adquirirlo y si era lo más actual mejor porque procuraba siempre llamar la atención. Su actitud alejaba a muchos, a pesar que ella presumía ser quien más influenciaba en el lugar y decir que todo el mundo la idolatraba, en realidad todos en el bosque la aborrecían. No perdía oportunidad de divulgar que su parte de la madriguera era la más grande de todo el bosque. Ni al señor Tordo podía hacer callar, que era uno de los otros animales a los cuales era difícil ganarle una trifulca o discusión. Si los demás animales del bosque se enteraran que en realidad el hogar de doña Gertrudis era un completo chiquero (peor que el del señor Tocino) sabrían que en verdad es el sapo que ellos pensaban que era: nada más abrir la portezuela un tufo asqueroso salía del hogar producto de una limpieza poco dedicada, prendas por todos lados, vajilla que semanas llevaba tirada en la sala, moho, suciedad y polvo por paredes, suelo y techo, algunas partes con secciones de podredumbre. A veces prefería no comer dado que además de llevar su “dieta balanceada” era difícil encontrar algo comestible en su nevera.

La única que se llevaba medianamente bien con ella era la ardilla Bellota, no era precisamente un mal animal, pero su inocencia hacía creer las mentiras y sátiras que doña Gertrudis declamaba, y a veces incluso la admiraba. El castor Coleta solamente la soportaba y la seguía a donde quiera que fuera, pero en el fondo él la odiaba. Doña Gertrudis no dudaba de hablar mal de sus demás vecinos, sobre todo de la señora Conejo, con quien siempre veía una invisible rivalidad. Cada que podía le frustraba sus planes y algunas metas. Un día no dudó en arruinar la plantación de zanahorias que había sembrado para su propio consumo durante el invierno. Doña Gertrudis estaba detrás del acto, pero pudo astutamente culpar al cuervo Picotes (sin que este se enterara, claro) del mal acto. La señora Conejo se puso triste, días después se enteró de quién había sido realmente el culpable pero en lugar de enfrentarla directamente decidió plantar nuevamente un nuevo lote de zanahorias, esta vez con más dedicación para que fueran más bellas y deliciosas que las que hubiera sembrado jamás. Para envidia de doña Gertrudis, la señora Conejo disfrutó de un excelente cultivo de zanahorias, las más deliciosas y de un color naranja intenso. Doña Gertrudis sólo pudo menospreciar el fruto de su esfuerzo divulgando que había utilizado químicos y hasta brujería para obtener tan buen producto. Los demás animales a pesar de no querer a doña Gertrudis se dejaban influenciar por sus mentiras, cosa que ella disfrutaba. A la señora Conejo no le quedó de otra que pensar en lo triste de la situación, ella disfrutaba de su cultivo pero al pasar por el bosque mirar a los demás animales susurrando a sus espaldas la ponía tensa y más precavida de lo que ya era. En nadie podía confiar ya. De todas maneras, en nadie confiaba, siempre había sido muy independiente, ha estado lejos de casa desde muy pequeña y siempre ha sabido subsistir sola, su mente y vida organizada ha sido gracias a su madre, doña Conejo. Ha tratado con animales como doña Gertrudis con el paso de su vida a través de los bosques que ha atravesado, pero ninguno peor que doña Gertrudis. Como sea trataba de no importarle, a pesar de su imagen dañada a través de esos chismes, la señora Conejo vivía plenamente y con todas las comodidades que le eran de su agrado. A pesar de la actitud a través de los años, la señora Conejo nunca ha pensado en dejar su parte de la madriguera (la cual encontró luego de un enorme recorrido a través de todos los bosques del país), un animal como doña Gertrudis podrá doblegar el espíritu de la señora Conejo…

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