Doña Gertrudis era el sapo más arrogante
y pedante del bosque.
A la señora Conejo le irritaba.
Ambas compartían una misma madriguera y para ella no podía ser peor castigo que
tener a alguien como Doña Gertrudis a su lado.
La señora Conejo era limpia y ordenada,
su mente era siempre muy bien organizada. Nada se le pasaba. Sus raciones de
comida para el frío invierno que se avecinaba estaban ya muy bien guardadas. Su
parte de la madriguera era impecable, reluciente y muy colorida. No pasaba por
alto una vez a la semana sacar el polvo que inoportunamente se colaba por la
entrada. Su recámara tenía unos hermosos y coloridos cuadros de naturaleza y
una que otra flor que arrancaba del jardín de su madriguera; su cama siempre
tendida y su sala de baño más pulcra que ella misma. La cocina ni se diga,
tenía todo para entrar dentro de los récords de limpieza, los cubiertos y
vajilla por ordenados por tamaño, por color y por uso. En el refrigerador nada
le faltaba pero siempre procuraba tener solamente lo necesario. Porque es
cierto, la señora Conejo tenía una manera de ser humilde, ella era amable con
todos, a todos les ofrecía favores y de nadie esperaba nada a cambio. Había
ganado varios concursos de agricultura y alguno que otro de destrezas. Ella
también era muy inteligente y sabía muy bien que había más animales en el
bosque y más allá de él como doña Gertrudis, pero no valía la pena enfrentarlas
porque los conflictos eran algo que no le gustaba. Sin embargo, doña Gertrudis
sí que lograba sacar varias veces de sus casillas.
Doña Gertrudis por su parte, era
un sapo muy malo. Nadie en todo el bosque la quería. Era muy presumida,
procuraba siempre vestir sus mejores galas y vociferar que todos sus atuendos
eran lo último en la moda animal; ella decía ser el sapo más hermoso del
bosque, nunca salía sin sus anteojos negros y maquillaje excesivo, su andar era
muy exagerado como si fuera lo más deseable de entre todos los animales, su
rostro en realidad tenía una expresión horrible de maldad que bajo sus anteojos
oscuros se acentuaba más. Ella aludía que nunca escatimaba en nada en su vida,
todo podía adquirirlo y si era lo más actual mejor porque procuraba siempre
llamar la atención. Su actitud alejaba a muchos, a pesar que ella presumía ser quien
más influenciaba en el lugar y decir que todo el mundo la idolatraba, en realidad
todos en el bosque la aborrecían. No perdía oportunidad de divulgar que su
parte de la madriguera era la más grande de todo el bosque. Ni al señor Tordo
podía hacer callar, que era uno de los otros animales a los cuales era difícil
ganarle una trifulca o discusión. Si los demás animales del bosque se enteraran
que en realidad el hogar de doña Gertrudis era un completo chiquero (peor que
el del señor Tocino) sabrían que en verdad es el sapo que ellos pensaban que
era: nada más abrir la portezuela un tufo asqueroso salía del hogar producto de
una limpieza poco dedicada, prendas por todos lados, vajilla que semanas
llevaba tirada en la sala, moho, suciedad y polvo por paredes, suelo y techo,
algunas partes con secciones de podredumbre. A veces prefería no comer dado que
además de llevar su “dieta balanceada” era difícil encontrar algo comestible en
su nevera.
La única que se llevaba
medianamente bien con ella era la ardilla Bellota, no era precisamente un mal
animal, pero su inocencia hacía creer las mentiras y sátiras que doña Gertrudis
declamaba, y a veces incluso la admiraba. El castor Coleta solamente la
soportaba y la seguía a donde quiera que fuera, pero en el fondo él la odiaba.
Doña Gertrudis no dudaba de hablar mal de sus demás vecinos, sobre todo de la
señora Conejo, con quien siempre veía una invisible rivalidad. Cada que podía
le frustraba sus planes y algunas metas. Un día no dudó en arruinar la
plantación de zanahorias que había sembrado para su propio consumo durante el
invierno. Doña Gertrudis estaba detrás del acto, pero pudo astutamente culpar
al cuervo Picotes (sin que este se enterara, claro) del mal acto. La señora
Conejo se puso triste, días después se enteró de quién había sido realmente el
culpable pero en lugar de enfrentarla directamente decidió plantar nuevamente
un nuevo lote de zanahorias, esta vez con más dedicación para que fueran más
bellas y deliciosas que las que hubiera sembrado jamás. Para envidia de doña
Gertrudis, la señora Conejo disfrutó de un excelente cultivo de zanahorias, las
más deliciosas y de un color naranja intenso. Doña Gertrudis sólo pudo
menospreciar el fruto de su esfuerzo divulgando que había utilizado químicos y
hasta brujería para obtener tan buen producto. Los demás animales a pesar de no
querer a doña Gertrudis se dejaban influenciar por sus mentiras, cosa que ella
disfrutaba. A la señora Conejo no le quedó de otra que pensar en lo triste de
la situación, ella disfrutaba de su cultivo pero al pasar por el bosque mirar a
los demás animales susurrando a sus espaldas la ponía tensa y más precavida de
lo que ya era. En nadie podía confiar ya. De todas maneras, en nadie confiaba,
siempre había sido muy independiente, ha estado lejos de casa desde muy pequeña
y siempre ha sabido subsistir sola, su mente y vida organizada ha sido gracias
a su madre, doña Conejo. Ha tratado con animales como doña Gertrudis con el
paso de su vida a través de los bosques que ha atravesado, pero ninguno peor
que doña Gertrudis. Como sea trataba de no importarle, a pesar de su imagen
dañada a través de esos chismes, la señora Conejo vivía plenamente y con todas
las comodidades que le eran de su agrado. A pesar de la actitud a través de los
años, la señora Conejo nunca ha pensado en dejar su parte de la madriguera (la
cual encontró luego de un enorme recorrido a través de todos los bosques del
país), un animal como doña Gertrudis podrá doblegar el espíritu de la señora
Conejo…
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