sábado, 18 de febrero de 2017

18 de febrero de 2017

18 de febrero de 2017
«¿Crees en la suerte?» es otra de las preguntas que me ha tocado contestar varias veces y debido a la experiencia no grata que tuve anoche (que explicaré más adelante y de la cual aún deseo se trate de un mal sueño ajeno a la realidad) voy a ahondar en este tema para responderla nuevamente, ahora a través de este medio. Mi respuesta suele ser la misma: «No, no creo en la suerte y si acaso creería en la suerte, sólo creería en la mala». Entrar en la suerte es entrar en un concepto muy ambiguo y complejo para mi mente, por ello es mucho más sencillo para mí no creer en ello. Si hablara del azar en la vida diría que todo está ya prescrito y que todo sucede por algo, no sería para mí hablar de suerte o coincidencias, para mí sería hablar del destino. Y además, como un tema adyacente, mencionaría que es más cierto pensar en el equilibrio de la vida (el ying y el yang, la simetría perfecta), de lo cual tengo algo que agregar: con el equilibrio me refiero no expresamente a tener buena o mala suerte, sino tener buenas o malas experiencias; dentro de mi filosofía si tuve una mala experiencia quiere decir que tendré una buena experiencia logrando un equilibrio y estabilidad, y por el contrario, si tuve una buena experiencia quiere decir que tendré una mala, con ello puede haber una sucesión de buenas o malas experiencias, puede ir un conjunto de malas experiencias una tras otra pero al final mi creencia o filosofía asegura que tendrá que haber al menos una que logre equilibrar la balanza; eso aplica también en cosas que pueda controlar, sí cometieron una falta contra mí y logra que yo tenga una mala experiencia (robo, engaño, traición) mi filosofía me pide que actúe y logre un equilibrio realizando una buena acción –dentro de mi concepto del bien y el mal, moralmente hablando-, pero por otro lado, si alguien hace el bien para conmigo debo continuarlo y compartirlo con otras personas, prohibido dañarlas. El destino es y seguirá siendo mi concepto del orden de la vida, la “suerte” y las “coincidencias” son parte del destino o una forma más de referirse a él. No tengo la capacidad suficiente para incluir el concepto de la suerte porque si el bien y el mal también son conceptos subjetivos, no me gusta pensar que una “fuerza” invisible influye directamente en mi andar sobre la vida, dándome éxitos o fracasos; contrario al destino, el cual ya está prescrito pero aun así yo puedo tomar libre albedrío sobre mi vida, tomar decisiones y decidir qué es lo que quiero y lo que no y de todas maneras ya está predicho, la suerte es parte de ese destino, ya está incluido pero si no lo puedo controlar no es asimilable para mí, las malas o buenas experiencias atribuidas a la suerte no son controlables (algo muy diferente son los juegos de azar en los cuales se incluye cierta estrategia mental y puede la suerte “ser controlada”), suceden y a partir de ello mi acción es equilibrar la balanza, siempre hacia el “bien”, pero la suerte implica esa fuerza incontrolable que de un momento a otro sucede, afectándome o ayudándome. Es más sencillo para mí decir que era parte de mi destino recibir una mala o buena experiencia que decir que tuve mala o buena suerte.

Anoche tuve una mala experiencia, debida a la “suerte”, y toda la situación se dio a raíz de una serie de situaciones que nos llevaron a mí y una compañera a caer en las redes de los juegos de azar. Ambos perdimos, jugamos a un ejercicio donde la estrategia mental no era una opción (tal vez un poco de destreza sí) y la fortuna se canalizó a través del lanzamiento de unas canicas y perdimos dinero. Al final del juego me deprimí, no porque perdí dinero, sino porque fallé a mis principios y jugué con el azar siendo algo incomprensible para mí aun. Tantas veces que “regañé” a mi mamá por acudir a casinos y yo me volví hacia eso que tanto le recriminé. El bolsillo no me dolió porque no arriesgué más de lo que debí, pero sí el orgullo, de haberme permitido jugar como un tonto y caer en el juego de la estafa, yo que valoro mucho la capacidad de la mente, me bloqueé y deje entrar a mis pensamientos la idea de la victoria “fácil” a través del juego, repito, faltando a mis principios. Me quedó como experiencia, prometo que en la vida me sucederá algo parecido, el bolsillo y el dinero que tenían otro destino planeado se recuperarán así como el trauma de “haber perdido” mis facultades mentales por un momento y dejarme llevar, haber caído por decisión propia y permitir que jugaran conmigo.

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